“Estudiar Innovación Educativa para la Sostenibilidad” fue algo que me cambió la vida. Hoy disfruto mucho escuchar los relatos que cada persona tiene sobre cómo es que llegó a la Universidad del Medio Ambiente. Me hace sentir que está comunidad tiene algún tipo de magia y que nadie llegó aquí por la convención cultural de hacer lo que sigue. Algo pasa cuando abres la puertita de entrada de la UMA. Se despierta una intuición muy peculiar: sabes que algo va a cambiar en tu vida que va más allá del compromiso de atender a las clases, hacer las actividades y entregarlas a tiempo. Yo, al menos, lo recuerdo como una sensación de hechizo, como la primera llamada para formar parte de un rito de paso para hacer sentido de la vida.
Pronto me di cuenta de que este camino nadie lo recorre en soledad. Las personas que me acompañaban en este proceso eran, igual que yo, almas curiosas, dispuestas a desaprender para re-descubrir el mundo. Sin embargo, mi generación fue tomada por sorpresa con la COVID-19. Más de una vez, nuestras aspiraciones se sintieron inhibidas por los efectos de la pandemia. No agarrábamos el ritmo de nuestras vidas, pasando largas jornadas de trabajo frente de la computadora. Nos hacía falta presenciar físicamente a la UMA y sentirla con el cuerpo. Parecía que la pandemia y todos sus efectos podían interrumpir o ponerle freno a un proceso de vida que habíamos comenzado con ímpetu y curiosidad. Estudiar innovación educativa para la sostenibilidad hizo que en varios momentos buscáramos formas de regenerar nuestra energía para continuar con la maestría en lugares desacostumbrados y escondidos.
Hoy pienso que todo esto no fue en vano. Somos la generación que hizo un esfuerzo extra para investigar activamente su entusiasmo. Aunque las clases presenciales se retomaron en nuestro último semestre y estamos a dos pasos de graduarnos, lo que nos caracteriza como generación es que recorrimos la mayor parte de nuestra travesía por la UMA a distancia. Haciendo compensaciones para atender los espacios vacíos que no se alcanzaban a llenar desde la virtualidad.
Ahora que las cosas parecen estar más calmadas con la pandemia, me doy cuenta de que en lo educativo hay una tendencia a hablar del déficit. De resaltar todo eso que se perdió en el transcurso de dos años. Hoy quiero hablar desde otro lugar. Hoy quiero pensar en todo eso que aprendimos después de estudiar innovación educativa para la sostenibilidad y que se volvió más vivaz dentro de nosotros.
Yo estudié la Maestría de Innovación Educativa para la Sostenibilidad y, a la par, estuve dando clases. Esto me ha permitido llevar un proceso cíclico de acción-reflexión, encontrándole una aplicación práctica y directa a todo lo que he aprendido en la UMA. Mi trabajo en la docencia obtuvo más relevancia a partir del contexto de pandemia, estrechando mi compromiso con el trabajo educativo para un futuro sostenible.
Estudiantes co-creando
Estudiar innovación educativa para la sostenibilidad es algo que me cambió la vida. Con base en ello, me gustaría compartir algunas ideas que se quedaron resonando de manera perpetua, y de las cuales sigo aprendiendo:
Esta aproximación supone que la sostenibilidad solo es alcanzable cuando hay una producción de conocimiento intersubjteivo y dinámico, cuando hay una aceptación de múltiples ontologías. En mis andares por la UMA y el estudiar innovación educativa para la sostenibilidad, me di cuenta de que la colaboración es uno de los conceptos más sonados. Esto no es meramente decorativo, sino que surge del reconocimiento teórico y práctico de que la vida es una red elaborada de lo humano y lo no-humano, en la que todo está interrelacionado. Creemos en la colaboración como principio de vida porque nos damos cuenta de que todxs somos co-creadores de la realidad.
Por: Maite García Vedrenne