Agroecolgía en la ciudad: una forma vida posible y necesaria
septiembre 19, 2025Casi todas las personas hemos escuchado de escuelas alternativas que ofrecen una propuesta de educación personalizada e integral que se promueve desde lo innovador, pero ¿qué sucede con aquellas que han crecido con una estructura tradicional? ¿Qué pasa con esas grandes escuelas de cemento en el centro de las ciudades, o cualquier otra institución —educativa o no— que a veces se siente atrapada entre las paredes de lo posible, pero que su corazón quiere ofrecer y moverse hacia una coherencia para la vida?
Durante años, muchas escuelas se han acercado al tema ecológico con propuestas valiosas, pero parciales: huertos escolares manejados por empleados, separación básica de residuos, granjas escolares o visitas puntuales a comunidades llamadas “vulnerables”. Son pasos importantes, pero la pregunta que permanece es: ¿qué nos está transformando como comunidad?. Si todo se queda en el activismo, corremos el riesgo de quedarnos en la superficie y de que nuestras acciones no toquen lo más profundo: el corazón humano, las motivaciones comunitarias y la cultura institucional.

Fotografía obtenida de Colegio Salesiano Anáhuac Garibaldi, Guadalajara, Jalisco, México (2020). Una escuela en un barrio céntrico de la ciudad.
¿De qué sirve contar actividades si no transforman nuestras relaciones? En el campo educativo solemos hablar de proyectos, campañas o actividades ambientales. Sin embargo, detrás de la palabra indicador hay una oportunidad: mirar lo que hacemos no solo como una lista de cumplimiento, sino como una forma de reconocer procesos que expanden el horizonte de cada institución. Los indicadores no son un porcentaje frío, sino huellas de caminos que se abren, lluvia de ideas que se vuelven posibles y nos ayudan a situar las acciones de cuidado de la vida en cada contexto.
Del dato a la relación
Cuando hablamos de educación regenerativa no se trata de agregar tareas a la agenda, sino de resignificar la manera en que nos vinculamos con lo otro (la Creación de Dios, la naturaleza, el entorno). Como bien señala Francisco en Laudato Si’ (2015), todo está interconectado: no existen crisis separadas, sino una única crisis socioambiental que refleja también el corazón del ser humano. De ahí que no podemos mirar los residuos, el agua o la energía de manera aislada, sino dentro del tejido de nuestras relaciones.
Ese tejido —como lo expresa Mendoza Zárate (2019)— se compone de acuerdos, identidad y vínculos. Y, si queremos hablar de regeneración, también debemos añadir las relaciones ambientales para formar un tejido socioambiental: con el suelo, con el aire, con las especies que conviven en el territorio. No buscamos únicamente contar “cuántos” proyectos, sino reconocer “qué tipo” de relación se va gestando.
Es preciso ejecutar acciones con voluntad y convicción. Dada la crisis climática, vale la pena comenzar reconociendo algo fundamental (retomando la experiencia de Nuria Ortega): si no hay transformación personal, los esfuerzos colectivos se agotan en la superficie; y si no hay transformación colectiva, los esfuerzos personales terminan en frustración.

Fotografía obtenida de Cultura Ecológica Integral Salesiana (2025).
Una brújula para avanzar: la escala de niveles
En la conversación educativa, a menudo hablamos de proyectos, campañas o actividades ambientales. Pero hablar de indicadores nos permite dar un paso más: reconocer en qué punto estamos y hacia dónde podemos movernos. No se trata de tener un porcentaje de cumplimiento ni quiero que se vuelva en un espacio de juicio, sino de visualizar caminos posibles que se adaptan al contexto de cada institución.
El marco del diseño regenerativo de Bill Reed (2007) ofrece una brújula para entender la profundidad de nuestras acciones. En él, vinculado a los fundamentos comunitarios y espirituales de Laudato Si’ (Francisco, 2015), podemos distinguir al menos cinco niveles de relación con lo otro:
Convencional | Uso indiscriminado de los recursos, sin conciencia ambiental ni social. La escuela funciona bajo un modelo de consumo lineal (usar–tirar), sin preocuparse por los impactos en la naturaleza o la comunidad. |
“Verde” | Primera fase de “sensibilización ecológica”. Se adoptan prácticas visibles (separar basura, poner carteles de “ahorra agua”) o campañas esporádicas, muchas veces más como imagen que como transformación real. Puede caer en el “greenwashing” si no hay coherencia profunda. |
Sostenible | Se busca preservar los recursos y reducir impactos. La institución establece metas medibles (agua, energía, residuos), se acerca al modelo carbono neutral o net-zero, y vincula la educación con un estilo de vida responsable. |
Restaurativo | Se pasa de “mantener” a restaurar. La institución no solo reduce su huella, sino que busca revertir daños y recrear condiciones previas al deterioro ambiental. Se imitan los procesos de la naturaleza (biomimética) y se construyen relaciones de reciprocidad con la comunidad. |
Regenerativo | Nivel más profundo: la escuela se concibe y vive como parte de la naturaleza. Sistemas humanos y naturales conviven y se fortalecen mutuamente. Se crean culturas regenerativas, con visión de largo plazo (50–100 años), integrando espiritualidad, ciencia y comunidad. |
Este marco ayuda a no quedarnos solo en lo inmediato. No todas las acciones serán regenerativas desde el inicio, pero esta escala nos muestra el horizonte y nos motiva a dar pasos cada vez más profundos.
Seis ámbitos para mirar nuestras acciones
Como parte de la Comisión Inspectorial de Medio Ambiente (CIMA) de los Salesianos México-Guadalajara, trabajamos este marco para personas directivas de escuelas salesianas en México y de ahí surgió un conjunto de indicadores por área (Anguiano, Villanueva, y González, 2025). Cada ámbito toca dimensiones prácticas de la vida escolar, pero también abren preguntas más hondas sobre cómo nos relacionamos con toda la vida.
Gestión institucional
Se trata de cómo la institución incorpora lo ambiental en su organización. Algunos ejemplos de los indicadores son:
- El colegio cuenta con un plan de reducción de huella de carbono.
- Se genera un fondo económico para proyectos ambientales del colegio.
- Se diseñan proyectos transgeneracionales (pensando en 50-100 años).
En lo cotidiano, esto se traduce en que la sostenibilidad no sea un proyecto aislado, sino parte de las decisiones administrativas, presupuestales y de planeación de cada colegio.
Infraestructura y recursos
Aquí se revisa el manejo eficiente de los bienes naturales y de las instalaciones:
- Toda el agua usada en la escuela es tratada y reutilizada en ciclos cerrados.
- Se promueve la movilidad sostenible: bicicleteros, compartir auto, transporte escolar.
- Se realizan campañas permanentes de reciclaje y compostaje (se tiene plan de manejo – Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos).
Son indicadores que permiten ver cómo el espacio escolar se convierte en un laboratorio vivo de aprendizaje y coherencia.
Alimentación y consumo
La alimentación es una de las áreas con mayor impacto socioambiental y formativo:
- Se reutilizan libros y uniformes en bancos de intercambio anual.
- Existencia de opciones agroecológicas en el menú escolar.
- Eliminación de plásticos de un solo uso en cafeterías y eventos.
Al cambiar la cultura de consumo, la comunidad escolar aprende a valorar el origen de los alimentos y su vínculo con la justicia ambiental y social.
Currículo y formación
No basta con prácticas aisladas: el cuidado de la vida debe estar presente en la propuesta educativa. Algunos indicadores:
- Se diseñan áreas educativas al aire libre (aulas verdes).
- Se incluyen proyectos ambientales en el currículo de las asignaturas.
- Los aprendizajes integran ciencia, espiritualidad y cultura de cuidado.
La clave aquí es que el cuidado ambiental deje de ser “un tema más” y se convierta en parte de la identidad educativa.
Relación con la comunidad
Las instituciones no son islas; forman parte de un tejido social y ambiental más amplio:
- Se recupera biodiversidad local dentro del espacio escolar (aves, insectos, plantas).
- La comunidad educativa está comprometida en proyectos sociales.
- Se desarrollan alianzas con ONGs, otras escuelas, vecindades y autoridades para restaurar ecosistemas cercanos.
Un colegio regenerativo no solo se transforma hacia dentro, sino que se vincula hacia fuera, aportando a la resiliencia de su territorio.
Espiritualidad y ética
Quizá el indicador más complejo de medir, pero también el más transformador:
- Las decisiones de gestión se acompañan de procesos comunitarios y de reflexión ética.
- Se fomentan espacios de silencio, contemplación y gratitud hacia la naturaleza.
- La comunidad vive una ética del cuidado que trasciende las instalaciones y llega a los hogares.
Este ámbito nos recuerda que la educación regenerativa no se mide únicamente en litros de agua ahorrados, sino en la calidad de nuestras relaciones: acuerdos, identidad y vínculos fortalecidos.
La reacción de las y los directivos que nos compartió Ana Olivia González (de la CIMA) es similar a la que muchas personas sentimos ante un gran reto: muchas personas se sintieron abrumadas por la cantidad de posibilidades y, en algunos casos, cuestionaron la pertinencia de dedicar tiempo a estas acciones. Sin embargo, al mirar los indicadores no como una lista cerrada, sino como un camino abierto, surgió un aprendizaje central: educamos para la vida y con la vida, y estos cambios son intergeneracionales.

Fotografía obtenida de Cultura Ecológica Integral Salesiana (2025).
Más allá de lo “ecológico”
Hablar de indicadores no significa hacer auditorías técnicas, sino abrir horizontes. Los indicadores nos ayudan a ver que un huerto escolar puede ser extractivo si es decorativo, sostenible si se mantiene a largo plazo, restaurativo si recupera suelos degradados y regenerativo si logra tejer comunidad y conciencia.
Lo que está en juego no es solo la ecología, sino la coherencia de nuestros proyectos educativos con la vida misma. Una escuela que aprende a vivir regenerativamente educa para un futuro distinto, posible y esperanzador.
¿Qué ganan las instituciones con este cambio de mirada? Más que un título de “ecológicas”, ganan coherencia, resiliencia y comunidad. Se convierten en lugares donde se ensayan otras formas de vida, donde se potencia la vida de cada persona y la vida del planeta.
La educación regenerativa es necesariamente intergeneracional. No veremos todos sus frutos mañana, pero cada paso construye futuro. La invitación está abierta: mirar los indicadores no como una lista de tareas, sino como un mapa de posibilidades para cuidar lo que somos y lo que seremos.

Fotografía de los niños futboleros de la comunidad de Juluchuca, Guerrero, México (2022).
Nota final
Agradezco a Miguel Núñez, Malú Villanueva, Ana Olivia González, con quienes he tenido la oportunidad de reflexionar y trabajar en torno a este tema hacia una cultura ecológica integral, y también a ChatGPT por el apoyo en dar orden y claridad a las ideas en nuestra cabeza.
Escrito por Ana Lorena Anguiano Suárez del Real, alumna de la Maestra en Innovación Educativa para la Sostenibilidad.
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Referencias
- Anguiano Suárez del Real, A., Villanueva, M., González, A. (2025). Indicadores por nivel. Diseño regenerativo. Documento interno de la Comisión Inspectorial de Medio Ambiente (Salesianos México – Guadalajara).
- Cultura Ecológica Integral Salesiana (CEIS). Instagram: @culturaecologicasalesiana.
- Francisco (2015). Laudato Si’. Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común. Ciudad del Vaticano.
- Mendoza Zárate, R. (2019). El tejido social: acuerdos, identidad y vínculos. México.
- Reed, B. (2007). Shifting from ‘sustainability’ to regeneration. Building Research & Information, 35(6), 674–680.
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de los autores y pueden no coincidir con las de la Universidad del Medio Ambiente.