
Amparo ambiental: cambios en el interés legítimo
diciembre 9, 2025Hace un par de semanas transitaba por una avenida importante de la ciudad donde vivo. Mientras esperaba en un alto observé un espectacular promocionando la escuela donde trabajo. Se podía leer el encabezado con letras grandes: “Educación que transforma”. Avancé un poco más y, nuevamente detenida por el tráfico, tuve unos minutos para leer la publicidad en la calle: “Transforma el futuro de tus hijos”, era un anuncio de otra escuela de renombre en la ciudad.
En todo mi trayecto pude leer al menos 5 anuncios de distintas escuelas promocionando “su educación”. Algunos anuncios más llamativos que otros, sin embargo, el común era: “transforma”, “cambia”, “futuro”. Esta experiencia me hizo repensar si yo, como docente de secundaria, estaba “transformando” algo en mi aula.
En mi búsqueda, decidí releer algunos de los textos que revisamos en la materia “Ruptura epistemológica” y me detuve especialmente en dos: La trascendencia del cuidado y el tacto pedagógico de José Vázquez y El maestro ignorante de Jacques Rancière. En ambos, hay un fuerte cuestionamiento al entendimiento que tenemos del rol docente. El primero, desde una mirada donde el cuidado, el amor y la ternura son el sustento del acto educativo, y el segundo, donde se resignifica por completo qué entendemos por enseñar.
Dice José Vázquez (2024) que en una relación pedagógica (entiéndase de estudiante-estudiante, estudiante-docente, docente-familia, familia-estudiante, estudiante-comunidad, escuela-comunidad), el núcleo es un potencial ético de transformación. Pero, ¿qué se transforma? Esencialmente, lo que debería transformarse es la relación en sí y para ello, si quien acompaña en su rol como docente desea permear eso en el salón de clases, entonces tendría que desplazarse hacia un lugar más amoroso y compasivo, es decir, acompañar con tacto pedagógico y manteniendo un vínculo donde deje espacio para compartir en el aula emociones, afectos, aprendizajes, preguntas, errores, inquietudes, esperanzas.
En este sentido, no solo se cambia la perspectiva de la apuesta educativa, sino se cambia también el rol del docente. En otras palabras, acompañar a un estudiante en el aula es acompañarle, mas no enseñarle, a descubrir y construir su proyecto de vida. Acompañar desde la docencia es dejarse interpelar por las carencias, limitaciones, sueños, esperanzas del estudiante y no bajo la pretensión de poseerlo, sino de aceptar y abrazar su radical alteridad. Tener tacto pedagógico es entonces estar atentos a las búsquedas y necesidades del estudiante.
Para que ocurra lo anterior, la palabra “enseñar” le queda corta al docente. Tendríamos que hablar de posibilitar las condiciones en el aula para que emerja una responsabilidad compartida en el aprendizaje. En otras palabras, quien enseña en un salón de clases no es únicamente aquella persona que asume el título de docente, es también el estudiante que está intentando descubrirse en un mundo incierto. Como narra Rancière (2003), el maestro que no ignora es quien decide despojarse de ese título que, en muchas ocasiones, le impide ver más allá de lo que pareciera ser su escaño: su aula. El maestro que no ignora es quien revierte la lógica de ese sistema educativo donde hay quien explica y quien atiende, quien sabe y quien no sabe, quien está de pie y quien está sentado.
Rancière recupera la historia del controversial pedagogo francés Jacotot quien, en su primer día de cátedra en la Universidad de Lovaina, rompió el silencio diciéndole a sus estudiantes atónitos: “es necesario que les enseñe que no tengo nada que enseñarles”. El maestro que no ignora, es quien apuesta todos los días por aprender y no solo por enseñar.
Entonces, regresando a la pregunta si estoy transformando algo en mi aula, encuentro que sí. Quien se está transformando soy yo, sin embargo, no es un yo que ponga mi experiencia al centro, sino que es un “yo” que encontró eco en un “nosotros”. Es un “yo” que está intentando ceder la primacía al “tú”, al “nosotros”, “a lo común”.
Es una transformación que trata de responder éticamente ante el otro, la otra, lo otro. Es una transformación que está centrada en regenerar el vínculo pedagógico estudiante-estudiante, estudiante-docente, para que éste pueda permear en nuestras otras relaciones. Es un vínculo que prioriza la relación de servicio, de ayuda, de cuidado a la vida, donde, tanto mis estudiantes como yo, estamos acompañándonos y construyendo nuestro proyecto de vida en libertad.
Esta transformación, centrada en regenerar nuestras relaciones, nos implica cuidar la novedad que emerge en el aula todos los días, es decir, esas esperanzas que se van asomando mientras nuestros proyectos de vida se dotan de sentido y, que al ser proyectos sostenidos en la esperanza y en el cuidado, pueden llegar a transformar nuestro mundo en uno más sensible y justo.

Foto: Red Permacultura Málaga
Supongo que la palabra “transforma” en un slogan educativo cumple con sus funciones de marketing, sin embargo, te invito a que la siguiente vez que, así como yo, leas “Educación que transforma” o algo similar, puedas cuestionarte: ¿transformar qué? y, sobre todo, ¿para qué?
Escrito por Daniela Orozco, estudiante de la Maestría en Innovación Educativa para la Sostenibilidad.
Referencias
Rancière, J. (2003). El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Editorial Laertes. Barcelona.
Vázquez Álvarez, J. (2024). La trascendencia del cuidado y el tacto pedagógico en la atención a las necesidades del alumnado: un estudio exploratorio. Universidad de Málaga.

