¿Qué es una educación diferente?
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octubre 15, 2020Por: Ángeles López
En las prácticas narrativas me he encontrado con diferentes mundos e historias que habitan en mí y en mí con les otres. Además, es una hermosa oportunidad para atestiguar los relatos de quienes me rodean.
Las prácticas narrativas son espacios de libertad que se construyen en colectivo, cada uno decide qué y cómo compartirse con el grupo, al tiempo que se abordan los temas que a cada uno le importan. La libertad es un medio, pero también es un fin, que permite recontar historias desde la esperanza, facultando nuevos lugares para habitarlos.
En las prácticas narrativas he descubierto que la identidad personal se teje desde diversas historias, porque una sola historia no me define, es insuficiente para narrarme. Cada que narro una historia preferida me doy cuenta de que soy la experta de mi vida, y que los problemas son solamente problemas, pero que no me definen, y tampoco definen a las personas con quienes los vivo. Las prácticas narrativas me han permitido ver que las personas no son sus problemas, que éstos son historias dominantes que opacan nuestras estrellas interiores.
“Recostados boca arriba, miramos el cielo de la noche.
Es aquí donde comenzaron las historias, bajo la protección de multitud de estrellas que nos escamotean certezas que a veces regresan como fe.
Aquellos que primero inventaron y después nombraron las constelaciones eran narradores.
Trazar una línea imaginaria entre racimos de estrellas les otorgó imagen e identidad.
Las estrellas tejidas en esa línea fueron como los sucesos tejidos en una narración.
Imaginar las constelaciones no cambió las estrellas, por supuesto, ni el vacío negro que las circunda.
Lo que cambió fue la forma en que la gente leyó el cielo nocturno”
Gerardo Luna
A través de conversaciones honestas y cercanas conectamos emociones, pensamientos y sueños que cultivan significados individuales y colectivos de vida. Las prácticas narrativas ofrecen espacios donde caben múltiples verdades, donde todas son dignas, incuestionables y legítimas. Las verdades se muestran por medio de metáforas, es decir, significados que se mezclan y se mueven constantemente.
Las historias nos vinculan con nuestro territorio, nos permiten escucharlo, mirarlo, observarlo e implicarnos en él, valorar los cambios en el tiempo y situarnos en el cultivo de la vida, alejándonos de las formas de producción sin ética del cuidado.
Al escuchar y narrarnos con todo nuestro ser, nos implicamos con quienes nos acompañan de manera física, pero también con quienes nos vinculamos en la vida. De esta manera, las relaciones y el conocimiento crecen de manera rizomática, sin inicio o fin, sin estructuras jerárquicas: más bien, es un crecimiento en todas direcciones inesperadas, llegando a lo inimaginable “Un rizoma puede romperse o cortarse en cualquier lugar, siempre proseguirá en líneas de relación a otras” (Deleuze y Guattari, 1976). De esta forma se fortalecen y se crean relaciones poderosas entre las personas y el territorio.
Las prácticas narrativas llevadas a contextos escolares permiten tocar múltiples dimensiones, aceptar lo caótico, lo multiforme y lo colectivo. El retorno a las historias preferidas brinda herramientas, resistencias y valores, para después visibilizar historias diferentes que permiten la transformación. Narrar desde diferentes historias facilita una relación diferente con los problemas, recupera el poder que tiene cada persona en su interior y lo invita a vivir otras historias preferidas.
El significado etimológico de la palabra pandemia es “reunión del pueblo”, paradójicamente el COVID-19 nos impide hacer real el significado y nos lleva a la separación física. Sin embargo, nos ha permitido encontrar otras formas de reunión y de diálogo. Las prácticas narrativas en estos tiempos son una opción para asumir la dignidad como una costumbre en la construcción de historias preferidas hacia la prosperidad de nuestro planeta.