Mujeres y Medio Ambiente
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octubre 29, 2019Por Sofía Gómez Vallarta, egresada de la Maestría en Diseño de Proyectos Socioambientales.
Una de las cosas más significativas que me pasa en la vida, es estar cerca de una ballena. La primera vez que tuve un encuentro fue en el año 1995 o 96, no recuerdo bien, en un viaje con amigas y amigos de la Universidad; vivíamos en Ensenada, estábamos enrolados en la carrera de Oceanología de la Facultad de Ciencias Marinas, e hicimos un road trip hacia la Laguna de San Ignacio, en la increíble línea de costa que tiene el Pacífico a lo largo de la Península de Baja California (PBC).
Las ballenas, una belleza natural
La Laguna me maravilló. Fueron días de gloria observando el sin fin de bellezas naturales que tiene esta península: el desierto que se apareja en franca armonía con el vasto mar, enormes salitrales planos, blancos, majestuosos. La vegetación peninsular única, endémica (no la verás en ningún otro sitio del planeta, solo ahí), exuberante, no sabía que un desierto podía ser tan verde. Parvadas de cientos de aves volando al unísono dibujando figuras dinámicas en el aire, mostrando su reflejo en el agua de la laguna calma por falta de viento. La cercanía con las ballenas, con su inmensidad, ser testigo de su dulzura, curiosidad, gentileza, aún siendo seres gigantes, entre los más grandes que jamás hayan existido en nuestro planeta, son sutiles, suaves y cuidadosas. Inmersa en la naturaleza encontré un rincón en mi interior que no conocía, en donde puedo estar en paz, serena, sonriendo, siendo presente, compartiendo con otros humanos la dicha de ver el milagro de la vida que se expresa sin tapujos. Agradezco que este viaje de relación estrecha con la vida silvestre siga nutriendo mis días.
Tuve la fortuna de volver en 1999 a La Laguna de San Ignacio pues ahí obtuve mi primer trabajo como guía naturalista de observación de ballenas luego de terminar la licenciatura. Este sitio se encuentra en la Reserva de la Biosfera El Vizcaíno, una de las más grandes de nuestro país con casi dos millones y medio de hectáreas. Sus aguas están protegidas porque cada invierno nacen y se reproducen cientos de ballenas grises (Eschrichtius robustus) que vienen a México desde aguas frías del norte del continente, realizando una de las migraciones más largas hechas por algún ser vivo en nuestro planeta, viajan desde Alaska, recorriendo más de 11,000 kms. Las hembras preñadas lo hacen año con año. Este fenómeno también sucede en las Lagunas costeras de Guerrero Negro y Bahía Magdalena, ambas también en la costa del Pacífico de la PBC.
La vida me llevó a la Bahía de Banderas
Luego de vivir una temporada de ballena gris en la Laguna de San Ignacio (tres meses), la vida me llevó a la Bahía de Banderas en la costa del estado de Jalisco para trabajar guiando observación de Ballenas jorobadas, (Megaptera novaeangliae). La población de esta especie que viene a nuestro país, tiene un área de reproducción enorme que abarca desde Hawai, pasando por las Islas Revillagigedo en el Pacífico Mexicano, Los Cabos y la Bahía de Banderas. Al igual que las ballenas grises, vienen a nuestras aguas a concebir y nacer cada invierno.
Una industría de explotación
Estos animales están protegidos en México y en casi todos los países del mundo, bajo leyes nacionales y acuerdos internacionales. Pero antes de que esto aconteciera, existía una industria de explotación de ballenas, se cazaban entre otras cosas para aprovechar el alto contenido de grasa que tienen en sus cuerpos. La grasa se utilizaba como combustible para lámparas, por lo que durante años los hogares de muchas familias fueron iluminados gracias a las ballenas. Se aprovechaba también sus carne como 1 alimento. Sus barbas que son de queratina como tus uñas (que tienen en lugar de dientes y que cuelgan de sus mandíbulas superiores como si fueran cepillos), que se usaban para fabricar corsés de dama, o soportes para sombrillas y paraguas. Algunas etnias del mundo, cazan ballenas desde tiempos ancestrales, eso no menguaba las poblaciones. Con la Revolución Industrial la industria ballenera se modernizó y creció, desarrollando métodos cada vez más efectivos como sangrientos. A mediados del siglo pasado la cacería de ballenas se hacía sin piedad, utilizando arpones con explosivos por citar un ejemplo, y llegó a diezmar algunas poblaciones casi en un 90% llevándolas al borde de la extinción.
El organismo internacional que se ha encargado desde 1946 de regular la caza de ballenas, es la Comisión Ballenera Internacional, quienes al percatarse de la barbaridad cometida contra las poblaciones del mundo, decidieron publicar una moratoria en 1982 en donde dieron por terminada la caza comercial de ballenas para permitir su recuperación. Desde entonces comenzó a surgir una actividad que comenzó a valorar a estos seres más vivos que muertos: el turismo de observación de ballenas.
Una inmensa capacidad de perdón
Luego de haber contado esta historia, quiero decir que una reflexión que me llevó a conectarme de por vida con las ballenas, las grises en particular, fue la que tuve luego de que una Madre manipuló a su cría en el agua, para acercarla a nuestra embarcación a conocernos, a que la tocáramos, rascáramos sus barbas y nos miráramos a los ojos. Esta Madre tenía una cicatriz muy grande y profunda debajo de su espina dorsal, de forma cónica, parecía un cráter en su piel. Tomamos fotos y luego de una conversación con los científicos que estudian a las ballenas en la Laguna de San Ignacio, llegamos a la conclusión de que muy posiblemente esa herida haya sido provocada hace muchos años por un arpón. Una de las técnicas utilizadas por los balleneros, era atacar a la cría primero, pues así enganchaban a la madre que defendía a la criatura con su vida, hasta perderla. Mis ojos se llenaron de agua inmediatamente, y comprendí la inmensa capacidad de perdón que han tenido estos seres para con nosotros, la ballena que se nos acercó ese día, muy posiblemente fue atacada por una embarcación como a la que ella en ese momento acercaba a su cría para recibir amor. Gran lección.