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¿A dónde nos lleva la narrativa? Nuestros relatos influyen de manera contundente en nuestras posibilidades de vida. Traducimos la experiencia de lo que nos pasa en aprendizajes perpetuos que moldean nuestra comprensión del mundo. Esta interpretación no la hacemos de manera pasiva o imparcial, sino que se ve influenciada por los significados que dimos previamente a otros acontecimientos.
Cuando una historia se cuenta, se abre el espacio de lo colectivo y se profesa una especie de magia: se comparte la promesa de lo ocurrido, o de lo que está por suceder. Algo hace click silenciosamente y se forma un vínculo que se manifiesta en forma de significados compartidos. Como hongos en una micorriza, formamos parte de una red de historias interconectadas. Los relatos son los catalizadores de nuestras experiencias y nos muestran que nada existe de forma aislada.
Siempre me he movido en el campo de las historias; desde chica, me gusta escucharlas, contarlas, escribirlas, ilustrarlas y hasta hacer teatro con ellas. Estudié diseño, en donde me di cuenta de que mi mayor motor creativo es la narración. Luego, me encaminé al mundo del cine, donde rápidamente se destaparon cuestionamientos en el ejercicio de poner una cámara frente a la vida de alguien más. Los relatos tienen entrada directa a eso que de verdad nos importa, e inciden en nuestros sentidos de identidad y pertenencia. Los dilemas y fragilidades éticas de este ejercicio profesional se fueron moldeando poco a poco hasta que tomaron la forma de la indignación, de la resistencia, y de la resignación. Se manifestó en mi un enorme deseo por el cambio y quizá fue esto lo que me abrió las puertas a estudiar la Maestría de Innovación Educativa para la Sostenibilidad.
Las prácticas narrativas
En el primer semestre de la maestría tuve una pequeña probadita de las prácticas narrativas. Fue suficiente para incentivar mi curiosidad, y engancharme con el tema. Considero que nunca he dejado de aprender de la narrativa, sin embargo, recientemente me adentré a una de las aventuras más transformadoras de mi recorrido. Me di la oportunidad de cursar el diplomado de Prácticas Narrativas en Contextos Educativos. Escuché decir a Itziar Urquiola y Clavel Rojo, las facilitadoras del diplomado, decirnos que el lenguaje no es capaz de englobar la totalidad de una experiencia. Esto es lo que me pasa: no importa qué secuencia de palabras elija, sé que no le harán justicia a eso que vivimos en el diplomado. ¡La retórica no me da para tanto!
A lo largo del diplomado, nos acercamos a la realidad desde otros lugares, reconociendo la importancia de formas no convencionales de conocimiento y cuestionando a los discursos dominantes que en ocasiones refuerzan y alimentan a nuestras inquietudes.
Aprendimos a separar a los conflictos de las personas y las comunidades, y comprendimos que el problema es tan solo un territorio del cual podemos salir caminando. Conversamos, y practicamos la doble escucha. Nos hicimos preguntas desde la curiosidad genuina y nos propusimos usar a la narrativa para descubrir espacios más dignos y para acompañarnos a nuestros lugares preferidos. Exploramos algunos lugares que han permanecido en la sombra, dándonos cuenta de que las desigualdades estructurales impiden que todas las historias tengan la misma oportunidad para ser contadas, y asegurar su existencia.
También, re-descubrimos el significado que guarda nuestros nombres. Viajamos al pasado y re-andamos los pasos de nuestros ancestros. Las anécdotas remotas de personas de otros tiempos cobraron nuevos sentidos en el presente. En ocasiones protagonizamos eso que se nombra en la memoria colectiva. Además, nos trasladamos al futuro para trazar veredas de imaginación y esperanza, y convencernos de que podemos llegar a ese lugar con el que soñamos.
Estamos en el mundo, y el mundo está en nosotras y nosotros. Está en nuestras historias. Escuchando, logramos visibilizar las estrellas que estamos buscando.