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julio 9, 2025Estudié la carrera de Biología por mi amor y respeto a la Madre Tierra, más el camino me llevó hacia la educación. Aquí descubrí el profundo impacto que ésta puede tener al sembrar pequeñas semillas en mis alumnos. Al día de hoy, he descubierto que muchas de esas semillas han germinado y movilizado su sensibilidad hacia el cuidado y la comprensión del entorno natural.

Foto de Ana Hdz.
En la guía “Educación que transforma”, Irene Milleiro menciona que la educación tiene el poder de cambiar profundamente a las personas y a las comunidades, ayudándoles a imaginar y construir un mundo mejor. Esta idea resuena profundamente conmigo, porque he sido testigo de cómo, a través de procesos educativos significativos, los individuos comienzan a mirar el mundo con otros ojos, a cuestionarse y a actuar de forma distinta.

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Para enfrentar los problemas actuales, necesitamos habilidades como la empatía, el trabajo en equipo y la capacidad de transformar la realidad. La Educación Transformadora, como señalan Menéndez Sadornil y colaboradores (2024), no solo transmite conocimientos, sino que impulsa a las personas a actuar para mejorar la sociedad. Esta educación ayuda a entender cómo se conectan las distintas crisis que vivimos y muestra que es posible cambiarlas. El objetivo es que cada persona desarrolle habilidades para crear un futuro más justo y sostenible.

Foto de Ana Hdz.
Estoy convencida de que todos podemos y tenemos el poder de cambiar el mundo, y que la educación, cuando es verdaderamente transformadora, nos brinda las herramientas para usar ese poder de forma positiva. Por eso, sigo apostando por ella, desde donde estoy y con lo que soy, con la esperanza de seguir sembrando semillas que algún día florezcan en acciones conscientes y comprometidas.
Ahora bien, en la educación es de suma importancia vivir la experiencia de lo que se está aprendiendo, para que sea realmente transformadora. Larrosa (2006) nos invita a repensar la experiencia como «eso que me pasa», un acontecimiento que irrumpe desde el exterior y deja una huella subjetiva en quien lo vive. La experiencia no es solo un hecho, sino un proceso que nos afecta, nos cambia y nos lleva a otro lugar.

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Puedo llevar esta perspectiva hacia la educación ambiental. Cuando la naturaleza se presenta como un «otro» que nos afecta, no solo aprendemos sobre el medio ambiente, sino que nos involucramos emocional y éticamente con su cuidado. Con esto en mente, al generar proyectos educativos busco este tipo de encuentros transformadores, donde la idea es que no solo se adquieran conocimientos, sino que se viva la experiencia que nos movilice a todos hacia la acción ambiental.

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Y con ello, la educación para la sostenibilidad se convierte en una práctica ética, ya que implica reconocer la alteridad de la naturaleza y asumir la responsabilidad de su cuidado. Es un proceso de formación que va más allá del conocimiento cognitivo, involucrando la sensibilidad, la reflexión y la acción transformadora. Por lo que, continuando con el pensamiento de Larrosa, la educación no se trata de solo transmitir información, sino una invitación a vivir experiencias que nos toquen, nos cambien y nos comprometan con el mundo que habitamos.
Escrito por Ana Raquel Hernández, estudiante de la Maestría en Innovación Educativa para la Sostenibilidad, generación 2025
Referencias:
Menéndez Sadornil, S., & Rico Trigo, A. (2024). Una educación que transforma: experiencias de educación transformadora para un mundo de agentes de cambio. Fundación Ashoka- Emprendedores Sociales.
Larrosa, J. (2006). Sobre la experiencia I. Revista Educación y Pedagogía, 18.
Las opiniones incluidas en este artículo son responsabilidad de quien las escribe, y no reflejan la postura, visión o posición de la Universidad del Medio Ambiente.