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Feo et. al (2020) mencionan que la crisis civilizatoria es la crisis del modelo occidental capitalista de consumo y producción insostenible, que están amenazando con la vida del planeta. La relación extractivista que tenemos con nuestro entorno, ha provocado un deterioro progresivo que está afectando nuestras formas de vivir.
Esta crisis civilizatoria es continuamente delimitada como: “crisis ambiental”, en la que los problemas ambientales son categorizados en otra área. Sin embargo, ha sido debido a nuestras formas de consumir y producir que se ha causado, en primer lugar, la crisis ambiental. Es de nuestra formas de vivir como civilización que estamos afectando los ecosistemas y por lo tanto, se trata de revisar lo que somos para hacer cambios reales.
Al ser de carácter civilizatorio, la única forma de evitar el colapso requiere un cambio profundo y desde la raíz de “nuestras formas de vivir, relacionarnos, producir y consumir” (Feo et al., 2020).
Esto significa entonces, que el problema a resolver no es tan ajeno como pensábamos. Porque tiende a pasar que grupos globales indican la urgencia de hacer cambios externos en lugar de revisitar desde dónde hacemos lo que hacemos. Es decir, no se trata de sólo cambiar las prácticas sino los paradigmas que sostienen esas dinámicas.
Una educación desconectada
Reconozco que antes veía la educación con ojos de rencor. Había perdido la fé en que la educación realmente tenía un rol transformador, pues lo veía más como un cómplice de un sistema desconectado del mundo al grado que lo estaba destruyendo. No entendía cómo esa ”educación”, que fue en varios momentos mi prisión de ansiedad, estrés y culpa, podía transformar una sociedad.
Pues en mi experiencia, si bien, aún en una posición que llamarían privilegiada por estar en instituciones privadas, encontraba que las formas de enseñar me preparaban para funcionar en una civilización altamente desconectada con su sensibilidad, cotidianidad y necesidades. Por ende, al terminar la licenciatura, me enfrente a un mundo al que conocía de acuerdo a los paradigmas que me habían mostrado. Un sistema desconectado del estudiante, produce entonces estudiantes desconectados de sí mismos, de su comunidad y de su mundo.
Sin embargo, mi perspectiva ha cambiado, gracias a los espacios que he compartido con los maestros de los seminarios de Innovación Educativa para la Sostenibilidad. Me he dado cuenta que es en este tipo de educación en la que quiero creer, proponer y acuerpar.
Una educación radical
“Ser radical es atacar las cosas en la raíz, pero para el hombre la raíz es el hombre mismo.” – Marx (1965) citado por Holloway (2011)
Desde mi perspectiva, el papel de la educación es el de llegar a la raíz. Se trata de que el facilitador en la época actual —o quizás desde siempre— elija el rol de acompañar el proceso de practicar la libertad, y por lo tanto habilitar espacios que promuevan el rompimiento de paradigmas que opriman o violenten. Es decir, brindar herramientas para que el estudiante pueda elegir aquello que le ayude a sostener su vida, vínculos y relación con el mundo.
La educación, tiene varias facetas. Yo experimenté una, que no me terminó de convencer, y sin embargo ahora con las experiencias de la UMA he podido resignificar el concepto. Encontrar que la educación es justo esa plataforma viva, liberadora y transformadora que es un rol de todos y cada uno.
Puesto que como lo vi en clase de Rupturas Epistemológicas impartidas por Nuria Ortega: “toda interacción es un acto educativo”. En esencia, la educación es esa mediación con el mundo, en el que intercambiamos experiencias y aprendizajes que nos ayudan a buscar formas más enriquecedoras de relacionarnos con lo que somos y con los otros.
Formas de educar
Entonces, si vivimos en una sociedad que se ha encargado de separar el cuerpo de lo racional, también lo ha venido fomentado desde el sistema educativo que está subsumido a los intereses económicos. Se ha convertido la educación en una industria que produce trabajadores que mantienen y sostienen el sistema.
Eso significa que la educación que se basa en la ansiedad, perfeccionismo, culpa y vergüenza es la misma que mantienen la lógica de producción y consumo insostenibles de hoy en día. Por lo tanto, se trata de posicionar nuestras formas de educar desde lugares que vengan del cuidado, amor y regeneración.
La educación para renarrarse desde la raíz, necesita volver a sentir la realidad. Eso significa aprender a moldearse en contextos diversos, entender la interseccionalidad de los sujetos, personalizar el proceso y proponer estructuras que acompañen al sujeto desde la práctica de la libertad . Puesto que solo ahí, se podrá redefinir en los términos de lo que realmente necesitamos. Precisamente, en estos tiempos dolorosos, lo que más necesitamos es sentir lo que duele y reconocerlo como una fuerza movilizadora para crear otras realidades.
El cambio profundo y radical
Entonces, la pregunta que podríamos plantear es: ¿Qué tipo de conversaciones y narrativas, necesitamos visibilizar, desde una práctica de la libertad, para que los sujetos puedan elegir ese cambio profundo y radical que se requiere para desafiar el colapso civilizatorio?
Como verás, esta pregunta no enuncia “cuál” es ese cambio que se necesita, puesto que cada sujeto en su colectividad determinará lo que requiere para transformar. Estos procesos de transmutación al estar cargados de incertidumbre requieren de propuestas educativas que desafíen los estándares del desarrollo, e inspiren valentía para practicar nuevas formas de vivir que contengan en esencia una lógica-sensible basada en la sostenibilidad.
Acompañarnos para llegar a la raíz
Es por ello que considero que la educación de hoy necesita acompañar la ruptura de nuestras formas de vivir/saber, a través del diseño de estructuras de acogida para que transitar la incertidumbre, el dolor o el miedo sean un proceso regenerativo y potencializador.
Esto significa, que la crisis civilizatoria es un llamado a regresar a la raíz, a darnos cuenta que estamos sosteniendo con nuestro propio cuerpo la forma en que llevamos nuestra vida.
Empezar a poner en el centro la vida en lugar de la mercantilización de la misma, implica aplicarlo primero en nuestro propio sistema personal. La educación no es quien tiene las respuestas, pero si tiene la sensibilidad para acompañar estas nuevas exploraciones y, por lo tanto, brindar el espacio para hacer la pregunta y detonar la conversación movilizadora.
Yo creo que el papel del facilitador es el de potenciar que cada persona llegue a su raíz, y le acompañe en el proceso de elegir (continuamente) desde donde quiere formar parte de este mundo, y cómo quiere compartirse en él.
Digo, pero al final de cuentas, si toda interacción que tenemos es un acto educativo, implica entonces una continua relación con el otro y por ende lo convierte en un acto ético en esencia. Vivir en colectividad es un proceso de educarnos unos a otros, de acompañarnos a llegar a la raíz y permitirnos formar parte del mundo desde lugares que nos cuiden y sostengan.
- Bibliografía
Feo, O. et. al. (2020).”Crisis Civilizatoria: Impactos sobre la Salud y la Vida”. Recuperado de https://www.clacso.org/crisis-civilizatoria-impactos-sobre-la-salud-y-la-vida/#:~:text=Es%20la%20crisis%20de%20un,de%20la%20modernidad%20occidental%20capitalista. - Holloway, J. (2011) “Agrietar el Capitalismo”. Argentina: Herramienta ediciones
Escrito por Mitzi González, estudiante de la Maestría en Proyectos Socioambientales por la Universidad del Medio Ambiente, ubicada en Acatitlán, Valle de Bravo, México